El día empezó muy temprano. Llegamos a Viena a las 5 de la mañana y Bratislava está tan cerca (a solo una hora en tren), decidimos aprovechar el día al máximo e ir a conocer la capital de Eslovaquia.


Al llegar a Bratislava, lo primero que hicimos fue dirigirnos al casco antiguo. La ciudad tiene un centro pequeño pero muy bonito, lleno de calles empedradas, fachadas coloridas y un ambiente tranquilo que se siente diferente al de otras capitales europeas.

Nos encontramos con varias estatuas curiosas, pero una de las más conocidas es la del «hombre trabajando» (Čumil), que asoma la cabeza desde una alcantarilla. Es una figura bastante simpática y todo el mundo se toma fotos ahí.

Seguimos caminando y pasamos por algunas iglesias antiguas, como la Iglesia de San Martín, que fue antigua catedral y donde se coronaban a los reyes húngaros. También cruzamos la plaza principal, donde está el Ayuntamiento Viejo y varias terrazas con mucho encanto.


Después, subimos hasta el Castillo de Bratislava, que se encuentra en una colina con vistas panorámicas del río Danubio y de toda la ciudad. El castillo es sencillo por fuera, pero tiene una forma muy reconocible y desde arriba se puede ver incluso parte de Austria en días despejados.

Aunque fue una visita rápida, Bratislava nos sorprendió. Tiene un aire relajado, mezcla de historia y modernidad, y fue una excelente forma de empezar el día antes de volver a Viena para seguir el viaje.
